Entender cómo funciona el cerebro en términos de aprendizaje y motivación, resulta clave a la hora de desarrollar formaciones que sean valoradas por las organizaciones y los participantes como experiencias útiles y divertidas.
Cuando se trata de diseño de formaciones en habilidades directivas o competencias para el trabajo, no deberíamos dejar de lado el funcionamiento de cerebro; a fin de cuentas, en él radica el proceso de aprendizaje, y bromas al margen, todos tenemos uno.
Desde un punto de vista químico, el aprendizaje está basado en un preciso juego de neurotransmisores que podríamos poner a nuestro favor si entendemos cómo funciona. ¿Lo resumimos? En el nivel mas básico nos movemos hacia la búsqueda de placer y evitación del dolor. Ante la expectativa de un beneficio potencial se activa el sistema de recompensa cerebral; se libera dopamina, que dicho en cristiano significa que se dispara la motivación y, en consecuencia, nos movemos hacia algo. Si se logra el objetivo, se generan una serie de químicos que nos hacen sentir muy bien y, por ende, nos veremos empujados a repetir el comportamiento. Así aprendemos.
Los avances logrados en materia de neurociencia en los últimos 20 años nos acercan cada vez más a una compresión profunda de lo que significa ser homo sapiens. Gracias al hecho de que ahora es posible observar cómo funciona un cerebro vivo, también se sabe de la particular activación de distintas partes del cerebro según sea el método de aprendizaje. Mientras más zonas se vean involucradas en un hecho, hay más posibilidad de recordarlo y de lograr aprendizajes que pasen directamente a la memoria de largo plazo. Es decir, que queden para la posteridad como si hubiesen sido grabados en piedra.
Todo esto sucede en nuestro cerebro sin que nos enteremos. Ahora bien, conscientemente, como individuos que aprendemos, los profesionales de hoy sentimos que no tenemos tiempo para perder. El mundo se mueve rápido, y su avance nos llama a actualizarnos constantemente, a desarrollar o fortalecer competencias para no quedarnos atrás en la carrera de la competitividad. Lo ideal en un escenario como el actual es “mientras más rápido mejor” y preferiblemente con un toque de disfrute, porque la rutina ya tiene estrés de sobra.
Más de uno dirá “si voy a dejar mis responsabilidades aparcadas por hacer un curso, más vale que merezca la pena”. Y tener tantos clientes repetidores nos lleva a pensar que nuestros productos la merecen. ¡Eso hace que nuestro sistema de recompensa cerebral se dispare por las nubes!
El placer de escuchar, acompañar y transformar.
10 años de experiencia en el diseño de formaciones nos han llevado al entendimiento de que la base de cualquier producto desarrollado a medida es ponerle mucho corazón. En lenguaje del cerebro: mucha dopamina, serotonina y oxitocina.
¿Cómo trabajamos? Escuchamos a las organizaciones y luego nos sentamos a pensar concienzudamente en la mejor mezcla de práctica y teoría, sin perder el foco: nuestro público está compuesto por profesionales que saben de lo suyo, y esperan sumar conocimiento que puedan llevar a la práctica de inmediato.
En el aula procuramos dejar muy claro el “por qué” y “para qué” de todo lo que hacemos, buscamos aprovechar el “equipaje” de los participantes, sacar partido de su experiencia a fin de construir sobre ella, así como hacerlos partícipe desde el minuto cero, para que impere un sentido de propiedad, de adaptación a sus necesidades, y para que la motivación esté presente en todo momento.
Los participantes son protagonistas y aprenden haciendo. Tenemos una partitura para cada caso, pero es el grupo el que nos orienta a la hora de interpretarla. Un facilitador enfocado en el aprendizaje de adultos en el marco de las empresas no es un profesor, sino un guía que da a las personas la oportunidad de hacerse preguntas, y las acompaña en una ruta de exploración, para que finalmente saquen sus propias conclusiones.
En esa ruta procuramos que la experiencia sea lo más completa posible, porque ya sabemos que mientras más áreas del cerebro se activan, mejor. En consecuencia, generamos diálogo e invitamos a probar, a ver desde otra perspectiva, a practicar y reflexionar; nos movemos en función de facilitar insights que luego se traduzcan en posibilidades de transformación y crecimiento para las empresas.
Y aunque nuestra rutina abraza el aprendizaje de adultos, no olvidamos que nunca se aprende tanto como cuando somos niños muy pequeños. En esa etapa de la vida nos define una gran curiosidad, el hambre de novedad y la ausencia de miedo a equivocarnos. Nos caemos y nos levantamos sin cansarnos, y mientras tanto, en nuestro cerebro se generan sinapsis neuronales a velocidades que dan vértigo.
Esto es lo que nos motiva: crear oportunidades para aprender como niños, a la vez que nos lo pasamos bien como adultos. ¡Pura buena química!
Sandra Barral
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